Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 21 de diciembre de 1921 – México, D. F., 7 de febrero de 2003),escritor hispanoamericano, conocido por sus
colecciones de relatos breves e hiperbreves. Aunque nació en
Honduras siempre se consideró guatemalteco ya que su familia paterna era de
este país y durante su exilio vivió en México. Una de las características
principales de su obra es la brevedad acompañada por el humor y la ironía. Uno
de sus cuentos es “El dinosaurio”, el cual es considerado el más breve de la
literatura en español.
Maestro de fábulas, aforismos y
su papel docente tuvo una importancia fundamental en la formación de los más
conocidos escritores hispanoamericanos.
El
eclipse
[Cuento. Texto completo]
Augusto
Monterroso
|
Cuando
fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría
salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y
definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a
esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el
pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de
los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su
eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor
redentora.
Al
despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible
que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le
pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su
destino, de sí mismo.
Tres
años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas
nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces
floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura
universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese
día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo,
valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la
vida.
-Si
me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los
indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en
sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin
cierto desdén.
Dos
horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre
vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz
de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna
inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se
producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad
maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de
Aristóteles.
|
|
|
El dinosaurio
[Minicuento. Texto completo]
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario