Detrás de la palabra hombre A.R.V.

¡Oh muerte en vida! Nadie nos salva de esta orfandad.
Vamos y venimos. Subimos y caemos.
Palabra somos y en palabra nos convertiremos.

domingo, 28 de octubre de 2012

Jorge teillier y poesía lárica...

El poeta Jorge Teillier nació en Lautaro, Chile, en 1935 y murió en 1996.
La poesía de Teillier descansa en principio en la tradición de la representación lárica (poesía del lar, del origen, de la frontera), aunque su obra trasciende el rótulo del arraigo lárico cuyos antecedentes se encuentran en Chile en Efraín Barquero (V.) y Rolando Cárdenas. Sus poemas arrancan del recuerdo ingenuo y la nostalgia con una cierta esperanza de asir el paraíso perdido, el cual paulatinamente se desintegra y se convierte en pura imagen soñada.
 Su infancia transcurrió en el sur de Chile, en la Araucanía. Desde su infancia, coincidente cronológicamente con la segunda guerra mundial, la vida cotidiana del autor estuvo ya marcada por el contacto directo con la naturaleza y una forma de entender la tradición capaz de articular en un mismo enfoque rasgos culturales, sociales e históricos chilenos, franceses y mapuche. A la descendencia francesa del autor, se acopló la tradición araucana, y prontamente, a través de la literatura, un sentido aún más universal.

El poeta se inició a los 12 años en la escritura, bebiendo las aguas de los libros de aventuras, Panait Istrati, Knut Hamsun, Julio Veme y los cuentos de hadas. Posteriormente se alimenta de los poetas del modernismo hispanoamericano (V.), de Vicente Huidobro y de la tradición universal de Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula también con Höderlin y Trakl. Para él, lo importante en la poesía no es lo estético, sino la creación del mito y de un espacio o tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. El poeta no debe significar sino ser. Postula un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, que postulaba el éxodo hacia las ciudades.
En su poesía existe el Sur mítico y lluvioso de Pablo Neruda , pero desrealizado por una creación verbal en donde los lugares de provincia se tiñen de referencias melancólicas y simbólicas que se hacen universales. El poeta aparece como el sobreviviente de un paraíso perdido, como testigo visionario de una época dorada de la humanidad que conserva a través de los tiempos el mito y la imagen esencial de las cosas: casa, tierra, árbol. Pero el recuerdo ingenuo e incorruptible que se recupera por medio de la memoria, se trasciende sólo momentáneamente y culmina con su paulatina desintegración. Como en Enrique Lihn (V.) y en Barquero, hay en su obra una voluntad rendida, en que el presente carece de toda intensidad y la visión de lo cotidiano es desoladora: persiste sólo lo estéril y lo deshabitado. Frente a ello se buscan las huellas perdidas, para acceder al lugar maravilloso de donde venimos. A través del recuerdo, la realidad cotidiana se hace visible y se recupera. Pero ella solamente sobrevive en los lugares del hallazgo, constituido por los residuos del pasado y los espacios secretos y ocultos: el espacio encubre al tiempo.
De este modo, en Teillier hay dos momentos estéticos recurrentes que el poema recupera: el momento ingenuo de la infancia y el del recuerdo. La poesía de Teillier se encarna en la polaridad entre la felicidad del tiempo del origen recordado y el dolor de su desintegración. El sujeto de la poesía de Teillier es un desterrado que vive en la ciudad moderna y que fantasmalmente vuelve una y otra vez al espacio de la infancia, de la frontera, del límite, para reencontrarse con algo que ya no existe.
Frente a la tradición totalizadora de las vanguardias y los planteamientos rupturistas de la antipoesía (V. Poemas y antipoemas), Jorge Teillier convirtió de nuevo la poesía en experiencia vital ligada a una memoria poética que busca sus símbolos ancestrales y puros. Esa búsqueda primordial lo convirtió en uno de los poetas chilenos más originales de la actualidad.

En Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina.Caracas, Bibliteca Ayacucho, 1995

Dice Teillier: "No recuerdo haber intentado escribir poema alguno hasta los doce años de edad. La poesía me parecía algo perteneciente a otro mundo y prefería leer en prosa. Leía como si me hubiesen dado cuerda".2 Pero aunque desde los 12 años escribía prosa y poesía, fue a los 16, en la ciudad de Victoria donde escribió, su "primer poema verdadero", o sea, explica Teillier, "el primero que vi, con incomparable sorpresa, como escrito por otro".2 Gran parte de los poemas que componen su primer libro, Para ángeles y gorriones (1956), nacieron "sobre el pupitre del liceo".
De su época liceana —especialmente fecunda para el novel autor, que colaboró activamente en diversas publicaciones locales, con poemas o pequeñas crónicas que en buena medida anticipaban el particular universo poético que más tarde consolidaría en sus libros—, recordará en 1968: "Mi mundo poético era el mismo donde también ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo".2
En 1953, con 18 años de edad, Teillier emprendió viaje a Santiago para cursar estudios superiores: ingresa en el Instituto Pedagógico a estudiar Historia, haciendo latente su constante vocación por rescatar la tradición, y de ello alimentar su creación poética.
En dicho contexto conocerá a muchos autores de su generación, la del 50, como a los poetas Braulio Arenas, Rolando Cárdenas, Enrique Lihn o el novelista Enrique Lafourcade, entre otros. No tardó en hacerse de un nombre en la escena santiaguina, lo que en buena parte posibilitó la publicación de su primer poemario, que fue bien acogido por la critica especializada de la época y recibió elogiosos comentarios por parte deAlone, quien destacó la simpleza de su poesía, no carente de profundidad.
Por aquellos años el pulso poético teilleriano ya se hallaba relativamente consolidado, lo que puede constatarse al analizar publicaciones posteriores, en que suele reiterarse la visión de mundo expuesta en su obra debut. Considerando eso, puede decirse que se trata de uno de los pocos casos en la historia literaria nacional en que un autor es capaz de presentarse "consolidado" en su propuesta poética ya en su primer libro.
Recuerda Teillier que por ese entonces "el héroe poético de mi generación era Pablo Neruda, que perseguido por el Traidor se dejaba crecer barba y atravesaba a caballo la Cordillera".2
Neruda, continúa Teillier, "llamaba a cantar con palabras sencillas al hombre sencillo y en nombre del realismo socialista convocaba a los poetas a construir el socialismo. Hijo de comunista, descendiente de agricultores medianos o pobres y de artesanos, yo sentimentalmente sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social. Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirme. Fácilmente podía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano (no quiero decir ciudadano elector, por supuesto) tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o cemento. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Yo escribía lo que me dictaba mi verdadero yo, el que trato de alcanzar en esta lucha entre mí mismo y mi poesía, reflejada también en mi vida. Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre".
Terminada la universidad, ejerció la docencia en el Liceo de Lautaro. En 1963 fundó y dirigió (hasta 1965), junto con Jorge Vélez, la revista de poesía Orfeo. También dirigiría el Boletín de la Universidad de Chile.
Tellier estuvo casado por un tiempo con Sybila Arredondo, chilena que luego se casaría con el escritor peruano José María Arguedas. Del breve matrimonio Teillier-Arredondo nacieron dos hijos: Carolina y Sebastián.
Después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, Teillier siguió fiel a su credo, aunque no se puede negar, como bien dice Marcelo Quiñones, que aparecen "símbolos o signos de indicios" que nos remiten "al drama que por diecisiete años vivió Chile. Es verdad que con el correr de los años, el poeta fue acentuando o hizo más ostensible el tono autobiográfico de su poesía, esas pequeñas confesiones como 'la noche es mi mejor amiga' o 'es mejor morir de vino que de tedio'. Pero es igualmente efectivo que la compulsiva situación que vivió Chile bajo la dictadura fue determinante para que esta poesía tan genuina —en la que más de una vez asoman las 'sombras de los amigos muertos'—, diga en tono desacostumbrado que 'el único país donde me siento extranjero es mi país' o que 'vivo en un tiempo en que mandan los padrastros'".4
A lo largo de su trayectoria literaria recibió numerosos galardones, incluido el Premio Anguita 1993, concedido por la Editorial Universitaria al poeta vivo más importante de Chile que no hubiese conseguido el Premio Nacional.
Teillier se dedicó también a la traducción —por ejemplo, La confesión de un granuja de Sergéi Yesenin; escribió cuentos y colaboró en diversos diarios y revistas.
La poesía de Teillier ha sido traducida parcialmente a varios idiomas y cuenta con dos colecciones bilingües: In order to talk with the Dead y From the country of Never-more.
Sobre sus obras, el mismo Teillier ha escrito: "Creo que todos mis libros forman un solo libro, publicado en forma fragmentaria, a excepción deCrónica del forastero. Me parece que difícilmente uno tiene más de un poema que escribir en su vida. Hay varias tendencias en mis libros que van de Para ángeles y gorriones (1956) hasta Poemas del País de Nunca Jamás (1963); una descriptiva del paisaje visto como un signo que esconde otra realidad (como en los poemas El aromo o Molino de madera), otra como la historia de un personaje contada con un marco de referencia que es siempre la aldea (así en Historia de hijos pródigos), otra como el afrontar el problema del paso del tiempo, de la muerte que subyace en nosotros revelada como el fuego revela la tinta invisible por medio de la palabra (los poemas Domingo a domingo u Otoño secreto). En este sentido quiero hacer destacar que para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que me llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer".
Los últimos años de su vida los pasó en Cabildo, en el sector denominado El Molino de Ingenio. Murió a la edad de 60 años en el Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar. Sus restos mortales descansan en el cementerio de La Ligua.


Poesía Lárica


Poesía Lárica
La designación de una poesía lárica obedece a una corriente nacida en la segunda parte del Siglo XX en la geográfica zona sur de Chile. Tal denominación no tiene como objetivo normalizar un momento de la lírica chilena, sino designar una tendencia en la creación poética en la cual los poetas que la componen tienen ciertos factores estéticos y éticos que los aúna, todo lo anterior sin tener un acuerdo previo. Pero, para entender el verdadero valor de esta poesía, vale la pena resolver ciertas cosas, como qué significa la existencia de una poesía lárica, de dónde procede y cómo se identifican los poetas láricos.

Jorge Teiller
En primer término, debemos decir que la dimensión alcanzada por la poesía lárica es tan amplia que poetas con distintos estilos y visiones estéticas bien podrían ser reconocidos en esta vertiente. Entre quienes pueden ser llamados poetas láricos, según Jorge Teillier, fundador de esta denominación, existe un “rechazo a veces inconsciente a las ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo”. La poesía de los lares es, ante todo, una respuesta al desarraigo. El estar en el mundo de los poetas láricos no apunta a lo que a mediados del siglo pasado buscaban los poetas en desarrollo de la poesía chilena, quienes veían en el “desarraigo”, el viaje a Europa, un reniego, sin tener una base sólida de su propia cultura y tradición, desconociendo sus bases históricas y, por el contrario, prefiriendo las foráneas mientras existía ignorancia de las bases culturales de la sociedad por conocer. Estos, que buscaban el éxodo, tenían principalmente motivos de orden político o comercial, siendo parte de la pequeña burguesía chilena. Es en contra de esta postura que florece la poesía lárica, nace como una respuesta, como un reafirmar la tradición y la historia de la literatura chilena. Existe en los poetas de los lares, una búsqueda del medioambiente, una fusión con la naturaleza y un retorno a lo originario del hombre en contacto con el mundo, no como una experiencia meramente literaria, sino como una experiencia vital.
Mitológicamente hablando, los lares son los dioses romanos encargados de velar en las encrucijadas y los recintos domésticos. Los romanos creían en la vida de ultratumba y pensaban que los lares o los amos pasaban a ser espíritus tutelares o protectores de la casa y de la familia. El término “lárico” es abanderado por el poeta Jorge Teillier, quien basa la denominación en una carta enviada por Rilke a Witold Hulewicz en 1925 después de finalizar su obra “Elegías de Duino”, donde insta a  valorar las cosas relativas a la propia tradición cultural que contienen en sí elementos familiares y que, a su vez, coexisten con las cosas pertenecientes a otras culturas que carecen de historia en este nuevo ambiente, principalmente los objetos hechos en serie por la masa exportadora mercantil. Al respecto, Rilke señala que “las cosas vividas y animadas, las cosas que comparten nuestro saber, decaen y no pueden ya ser sustituidas. Nosotros somos quizá los últimos que han conocido todavía semejantes cosas. En nosotros está la responsabilidad, no sólo de conservar su recuerdo (esto sería poco e inseguro), sino su valor humano y lárico (“Lárico” en sentido de las divinidades del hogar, los “lares”).”
La poesía de los lares, no es una poesía exclusiva de un lugar geográfico, más bien, es una situación de contraste entre las grandes urbes con la ruralidad que lentamente desaparece. Es en esta ruralidad, donde las tradiciones de los pueblos se preservan o se borran junto a ellas, y es a estas tradiciones a las que el poeta lárico es sensible; sin embargo, la mirada lárica también puede potenciar de cierta forma la urbanidad con su progreso insaciable, pues esta representa una temporalidad que también se agota y se sustituye. Se enmarca al poeta lárico como hermano de los seres y las cosas, como un transeúnte de la cotidianeidad y, por tanto, el lenguaje poético de éste lleva impreso la vida cotidiana, rechazando un lenguaje brillante y efectista. Más bien, promueve el léxico basado en las cosas comunes, pero bajo un contexto poético novedoso que surge para el poema. Hay cierta búsqueda de una edad de oro, una edad perdida en el inconsciente colectivo que no sólo envuelve la perdida infancia sino, inclusive, el viejo paraíso terrenal;
El poeta lárico, en síntesis, busca mostrar la profunda realidad existente tras la vida cotidiana de su prójimo, la nostalgia por lo rural, por la infancia y la edad perdida; es un habitante del mundo, haciendo poesía para “amigos desconocidos”.








Tres poetas láricos
A un niño en un árbol
Jorge Teillier (1935-1996)
Eres el único habitante
de una isla que sólo tú conoces,
rodeada del oleaje del viento
y del silencio rozado apenas
por las alas de una lechuza.
Ves un arado roto
y una trilladora cuyo esqueleto
permite un último relumbre del sol.
Ves al verano convertido en un espantapájaros
cuyas pesadillas angustian los sembrados.
Ves la acequia en cuyo fondo tu amigo desaparecido
toma el barco de papel que echaste a navegar.
Ves al pueblo y los campos extendidos
como las páginas del silabario
donde un día sabrás que leíste la historia de la felicidad.
El almacenero sale a cerrar los postigos.
Las hijas del granjero encierran las gallinas.
Ojos de extraños peces
miran amenazantes desde el cielo.
Hay que volver a tierra.
Tu perro viene a saltos a encontrarte.
Tu isla se hunde en el mar de la noche.

Alberto Rubio

Es el camino
Alberto Rubio (1928 – 2002)
Es el camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.
Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.
Es el mismo camino. Allí está el horizonte
viviendo de crepúsculo, siguiendo al mismo niño.
Allí la zarzamora cubriéndose de polvo,
mientras miran los álamos testigos en el cerco.
Es el mismo crepúsculo adonde marcha el niño.
Y más allá, la historia que comienza ahora...


Rolando Cárdenas

Regreso
Rolando Cárdenas (1933-1990)
Un día regresaremos a la ciudad perdida
como las estaciones todos los años,
como una sombra más en las tardes,
preguntando por antepasados
o por el río en cuyas aguas se quebraba el cielo.
Será en invierno
para revivir mejor los grandes fríos,
para ver de nuevo
el humo negro de los barcos cortando el aire,
para escuchar en las noches
los pequeños ruidos de la nieve.
Nos sentaremos a la mesa como si tal cosa
a probar el pan de otros días.
Un pájaro que cruce por la ventana
nos hará pensar en el bosque de pinos
donde el viento se revolvía furioso.
También preguntaremos por antiguos amigos
pensando quizás en el rostro de alguna muchacha.
Aún existirá el boliche
donde se reunían viejos campesinos.
Nos invitarán a beber y a conversar
asuntos que nadie olvida.
El tiempo no es más que regreso a otro tiempo.
"Todos nos reuniremos alguna vez bajo tierra".
Alguien nos reconocerá a la vuelta de la esquina.
Será como venir a saludar desde otra época.























PalabreArte en mateada creativa






Palabras... versos, palabras, pensamientos... sentimientos.  ¡Bien por la poesía!

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Vicente Huidobro Creacionismo


Vicente Huidobro
El creacionismo es un movimiento poético de vanguardia del primer tercio del siglo XX en el cual el poeta crea su propio mundo, completamente desligado de la realidad. Rechaza la mimesis, es decir el reflejo de la realidad de una forma verosímil, porque según la ideología creacionista la mimesis no crea nada que no existía previamente.
Esta ideología se materializa en el mundo imaginario y en el lenguaje abstracto de la obra Altazor .
Este poeta chileno, generalmente considerado el padre del creacionismo, expresa su teoría nítidamente en el manifiesto
"Non serviam":
No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo (. . .) Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas. Ya no podrás decirme: 'Ese árbol está mal, no me gusta ese cielo . . . los míos son mejores'. Yo te responderé que mis cielos y mis árboles son los míos y no los tuyos y que no tienen por qué parecerse.
Para crear este mundo, en el cual el poeta asume el papel de "un pequeño Dios", como escribe Huidobro en "Arte poética", los poetas se sirven de varias técnicas que incluyen: el juego de palabras y hasta el invento de palabras nuevas, el uso de metáforas sin bases lógicas, la irracionalidad, la falta de una línea narrativa, el abandono de la sintáxis y la puntuación tradicionales, y el hincapié en el efecto lírico. Comparte aspectos con el ultraísmo y muestra una influencia dadaísta. Además es una ideología políglota, dado que cruza las fronteras de las lenguas. Muchas de estas características aparecen en Altazor.

lunes, 23 de julio de 2012

Vanguardia Literaria Apollinaire



Vanguardias Literarias

APOLLINAIRE (28 de junio) 

Wilhelm Apollinaire de Kostrowitsky (Roma, 26 de agosto de 1880 – París, 9 de noviembre de 1918), conocido como Guillaume Apollinaire o, simplemente, Apollinaire, fue un poeta, novelista y ensayista francés. De madre polaca, tenía además un hermano. Su padre los abandonó cuando aun eran  pequeños.  Escritor de vida azarosa, desempeñó un sin número de trabajos  y se desempeñó como  crítico para varias revistas, desde las que teorizó en defensa de las nuevas tendencias artísticas.
Al estallar la guerra de 1914, se alistó como voluntario y fue herido de gravedad en la cabeza en 1916 y dos año después falleció.

En 1903 funda con unos amigos la revista "Le festin d`Esope", que dura sólo nueve meses. Dos años después, conoce a Picasso y su grupo de jóvenes pintores; de esta relación de mutuas influencias surge el cubismo.
Apollinaire  escribe sobre  el cubismo de sus amigos  Braque y Picasso y el  fauvismo de Henri Matisse, con los que compartió la vida bohemia de la época y frecuentó los círculos artísticos y literarios de la capital francesa, donde adquirió cierta notoriedad  teorizando sobre los descubrimientos plásticos, textos que luego tendrían mucha influencia en toda Europa y serían la base de su   de Manifiesto Cubista.
MANIFIESTO CUBISTA

En los inicios de este movimiento tuvo una gran importancia Daniel Kahnweiler, (escritor,  coleccionista  y marchante de arte alemán nacionalizado francés en 1937, promotor del movimiento cubista en los años 1910 y 1920) cuya galería se convirtió en el centro de difusión del cubismo.
Por otra parte, la teoría acerca del movimiento cubista iba tomando forma en las reuniones en el edificio donde vivían Picasso, Juan Gris y el escritor francés Max Jacob. Existieron otros personajes, asistentes asiduos a las reuniones del grupo como Henri Matissey Diego Rivera, que sería uno de los principales pintores muralistas mexicanos, también los escritores Jean Cocteauy Guillaume Apollinaire, (nació en Roma en 1880 y murió en París, 1918, fue un poeta francés. este último fue exactamente quien en mayor medida contribuyó, con textos como el de Les Peintres cubistes, publicado en 1913, a elaborar la estética sustentadora del movimiento cubista.

Que buscaban los artistas…
Las virtudes plásticas: la pureza, la unidad y la verdad tienen bajo si a la naturaleza domada. Inútilmente se cubre el arco iris, las estaciones tiemblan, las muchedumbres corren hacia la muerte, la ciencia deshace y recompone lo que existe.
A los artistas- pintores se les caracterizan por su oposición a las fuerzas naturales. Es decir que estos observaban escenas naturales pero no trataban de imitarla o plasmar lo ya observado al contrario a partir de esto buscaban cuidadosamente la representación de las escenas pero darles otra forma, es decir reconstruirlas mediante el estudio o los conocimientos. A ellos se les ha reprochado vivamente sus preocupaciones geométricas. 
Los artistas buscaban una realidad esencial, que no fuera común o basada desde su naturaleza propia el cual ofrecía pureza, una belleza ideal que ya no sea expresión orgullosa de la especie, sino del universo a través de esto se reflejaba la nobleza, la energía,...
IDEOGRAMAS

Son célebres, por otro lado, sus «ideogramas», en que la tipografía servía para «dibujar» objetos con el texto mismo del poema, en un intento de aproximarse al cubismo y como expresión del afán vanguardista de romper las distinciones de géneros y artes. Esta técnica hoy en día es denominada bajo el nombre de «poesía visual», como un todo o una base desde la cual se realiza esta taxonomía de las diferentes expresiones como la caligramática; referido a la poesía Para la posteridad quedarán sus conocidos 'Caligramas', poemas dispuestos de tal forma que representan gráficamente los objetos y conceptos a los que se refieren. O lo que es lo mismo, la máxima y más amplia expresión del verso libre
"El cubismo quiere transformar su arte volviendo a los principios originales", escribió Apollinaire como crítico de arte. Y así es como él creó su literatura, retorciendo la tradición y dotándola de un nuevo sentido.

APOLLINAIRE Y EL SURREALISMO 
El origen del surrealismo es literario, pero este trasciende la literatura  para convertirse en una actitud ante la vida, crítica y a la vez constructiva.
Apollinaire fue el primero en utilizar el  término surrealismo  en 1917 para expresar una forma de ver la realidad. Lo definió de la siguiente manera: «Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna. Así hizo surrealismo sin saberlo». Bretón en su Manifiesto de 1924, recuperó el vocablo.
En años posteriores, distintos artistas como Bretón, Aragón y Soupault  acostumbran a reunirse en casa de Apollinaire donde participan de las actividades del dadaísmo pero que rechazan de este  su aspecto negativo y destructivo pero rescatan su rebeldía y la importancia del azar  y la búsqueda de la libertad en la obra de arte.
Apollinaire es reconocido por afrontar una nueva actitud delante de la realidad del momento, rechazando el pasado y mostrando culto por lo nuevo.
En 1911, Guillaume Apollinaire fue arrestado como sospechoso de haber robado 'La Gioconda' del mismísimo Museo del Louvre, tras alentar públicamente a los verdaderos culpables del hurto a quemar el cuadro de Leonardo Da Vinci.

Aunque nunca pudiera disfrutar del ascenso del surrealismo fue Apollinaire quien ideó la vanguardia a la que dio nombre y que André Bretón  consagró varios años después de su muerte. Paradójicamente, fue en las artes plásticas donde mayor fue la influencia de  Apollinaire a través de su  crítica en algunas de las publicaciones más selectas del París bohemio.

NOCTURNO Julio Cortazar


NOCTURNO

Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.

(esto de los caballos me recuerda a cierto relato)

EL BREVE AMOR

Con qué tersa dulzura
me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en le espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiédose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo-
(¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos ?)

PARA LEER EN FORMA INTERROGATIVA

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amas
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.

Petrus Borel, el licántropo


Petrus Borel, el licántropo
Prólogo a la primera edición en español de Champavert. Cuentos Inmorales, de Petrus Borel. Juárez Editor, Buenos Aires, 1969.
Un cupido, una pareja que se abraza, plantas tropicales, un gondolero que hunde a una mujer desnuda en el agua, una multitud sublevada, una linterna, una lechuza y la guillotina; la pluma en el tintero y un puñal; un cofre abierto; hojas de papel dispersas; un telón que se levanta; un libro con el título Rhapsodies; el cráneo de una calavera. Y en el centro, presidiendo el conjunto, un medallón oval, rodeado por una piel de lobo, desde el cual miran los ojos de un joven de barba negra y frente alta como un patíbulo: Petrus Borel, el Licántropo. El hombre es bello y triste, el lobo, una envoltura marchita. Así lo representó el aguafuerte de Adrien Aubry para la primera edición, publicada en Bruselas, de Champavert. Cuentos Inmorales.
Teófilo Gautier y Baudelaire sintieron la necesidad de evocarlo, de describirlo, como si su imagen física, su extraña figura, su nombre de reminiscencias medievales, y hasta su barba provocativa en el París rasurado de la época, fueran el complemento necesario de su obra.
Luis Boulanger, amigo de Victor Hugo y retratista de los románticos, lo representa de cuerpo entero, alto, escuálido y sombrío en su traje negro de levita, con la mano apoyada sobre la cabeza de un gran perro ovejero. Sus ojos tienen algo del águila y el cuervo, coincidiendo con la descripción que Petrus Borel hace de sí mismo.
Su personalidad aparece rodeada de escándalo en el París literario de 1830; brilla un momento dirigiendo las huestes románticas, y desaparece. Su agresividad provoca la ira de sus contemporáneos, su sensibilidad y originalidad, que no encajan en ningún género literario de la época, le niega el lugar que debía ocupar en la historia de las letras. Es olvidado e ignorado en vida como tantos otros artistas solitarios a quienes falta el requisito que Zola consideraba indispensable para destacarse: haber nacido a su tiempo. Los surrealistas lo redescubren en nuestros días y lo hacen suyo. Los críticos se ensañan con él en vida y después de muerto. Lo llaman bufón y frenético. Albert Thibaudet, en su historia de la literatura francesa, lo califica de truculento, decadente, impotente. Son los mismos que a todo artista rebelde le aplican el mote de inmaduro, los mismos que tildaron de “loco” a Lautréamont y de “estéril” a Mallarmé. El reconocimiento de Petrus Borel tardó en llegar, necesitó una época que, afín con su espíritu, sintiera su desequilibrio, su rabia.
Baudelaire atribuye el eclipse de Borel a la mala suerte, aunque menciona también las particularidades de su espíritu exaltado, desmedido, intransigente, su pasión revolucionaria, democrática, su “naturaleza mórbida, enamorada de la contradicción por la contradicción misma”. Le reconoce un talento verdaderamente épico en su obra Madame Putifar. André Breton coincide en señalar que Madame Putifar alienta un vuelo revolucionario pocas veces igualado en la literatura de todos los tiempos. Califica a Champavert. Cuentos Inmorales de “libro sin par, mistificación lúgubre, burla de una terrible imaginación”.
Entonces, la mala suerte no explica esas omisiones del éxito, esos derrumbes, esos silencios, ese mutismo de veinte años entre su última obra, publicada en 1839, y su muerte, producida en 1859. Es difícil hallar las motivaciones de esos silencios tan insondables como la vida misma. Admitamos pues que la única cronología valedera de un artista es la de su obra conocida. Lo demás, llámese silencio o suicidio, es el holocausto que todo creador hace a su condición trágica, prometeica. Es su auto inmolación.
En la “Noticia sobre Champavert”, que precede a los Cuentos Inmorales, Petrus Borel da algunos datos de su vida atribuyéndolos a su personaje de ficción y delinea las condiciones, la sustancia, del creador demoníaco. Comprobamos que en el licántropo, – un nombre y un tipo que aporta Borel a la iconografía romántica, la ferocidad del hombre-lobo es una máscara que lo protege del mundo exterior, una ruda corteza que oculta su interior de mágica sensibilidad. “Ser sensible, es decir, superior”, dice Borel. “Por delicadeza yo perdí mi vida”, dirá Rimbaud. El romanticismo trae esa excluyente conciencia de la superioridad del arte. Pero también de su soledad.
Otros solitarios, Herman Hesse, Henry James, Kafka, se metamorfosean en el animal que quisieran ser para escapar a su pobre condición de hombres cercados, aislados. Es la forma de huir de sí mismos.
Petrus Borel, como hombre-lobo, es clarividente sobre su destino trágico. Refiriéndose a su primer libro, Rhapsodies, publicado en 1831, cuando tenía veintidós años, afirma: “Una obra como esa no tiene segundo tomo: su epílogo es la muerte”. Es verdad que todavía publicó otras dos: Champavert. Cuentos Inmorales (1833), y Madame Putifar(1839). Pero aquellas palabras resultan premonitorias y el “Testamento de Champavert”, con veinte años de anticipación, parece delinear el curso posterior de la vida de Borel. La miseria, cercándolo, lo expatriará a Argel, donde un destino similar al de Rimbaud lo aleja de la literatura y lo sume en las tareas anuladoras de un pequeño cargo administrativo obtenido por los buenos oficios de Gautier. Despedido del empleo, el hambre le hace bajar un peldaño más y lo obliga a trabajar la tierra como labrador. Hasta que el sol implacable, del cual se negaba a protegerse, le provoca el ataque de insolación que causa su muerte. Recordemos, para comprender su drama, la primera parte del cuento “Champavert” dedicado a Jean Louis Labrador, donde se burla de los seres que se dedican a labores sedentarias, que dejan de ser sediciosos.
Gautier afirma que “le parecía natural morirse de hambre”. Sin embargo, algunas amargas poesías del poeta sobre su hambre parecen atestiguar lo contrario. Además, el hambre de los veinte años puede ser bohemia, pero a los cincuenta, es una militancia de insumisión, de moral austera, de desafío. Petrus Borel se mantuvo fiel a sí mismo hasta el fin, hasta en su hambre, fiel a su imagen de licántropo, de hombre-lobo.
Teófilo Gautier, cronista insustituible de los momentos iniciales y heroicos del Romanticismo, evoca a Borel en dos capítulos de rico colorido, en sus recuerdos de la bohemia romántica, mal llamados por sus compiladores Historia del romanticismo. Surge su figura original, junto con su inseparable doble, Jules Vabre, el “compañero milagroso”, en el sótano desnudo que les servía de vivienda y de punto de reunión del Petit Cenacle (Pequeño Cenáculo), fundado por Borel y Gerard de Nerval, en 1830, en el cual, además de escritores, participan artistas, grabadores, arquitectos. El mismo Borel, antes de iniciarse en las letras, había practicado la pintura y la arquitectura. Todos integraban el movimiento de los Jeunes-France (Jóvenes-Francia), que libraron las batallas campales del romanticismo contra el clasicismo, noche a noche, durante las representaciones de Hernani, de Victor Hugo. “Hay en todo grupo -–dice Gautier- una individualidad pivote alrededor de la cual las otras se insertan y giran como un sistema de planetas alrededor de un astro. Petrus Borel era ese astro; ninguno de nosotros intentó sustraerse a esa atracción”. Pero las jefaturas juveniles son efímeras y dejan un sedimento de amargura, cuando no de hastío. Todavía se reunían los Jeunes-France en los ágapes orgiásticos con que despedían a alguno de los suyos que se alejaba hacia otros destinos, pero ya Petrus Borel no estaba entre ellos. Había iniciado su camino de soledad y olvido.
El aporte del Petit-Cenacle a la vida literaria no fue sólo organizar la lucha por un nuevo orden artístico. Por primera vez los intelectuales se apartan de los estrados oficiales, aparecen como una fuerza independiente y puesta al Estado y sus clases dirigentes. La fórmula de Gautier “el arte por el arte”, tan vilipendiada, tiene ese sentido de diferenciación y se convierte en una bandera bajo la cual militan escritores y artistas de las ideas más dispares. La participación de los artistas plásticos en el movimiento trajo -según Gautier- importantes consecuencias. “Una cantidad de objetos -dice-, de imágenes, de comparaciones, que se creían irreductibles al verbo entraron en el lenguaje y quedaron en él”.
Sabemos, por referencia de Baudelaire, que Petrus Borel, como Gerard de Nerval, sintió esa fascinación de la inagotable aventura lingüística hasta extremos obsesivos en la búsqueda de las etimologías y de la tipografía, lo que en su época podía mover al comentario irónico, pero que hoy resulta muy seria a la luz de los aportes de Apollinaire, los letristas, etcétera. Gautier también tiene curiosas anticipaciones dadaístas en sus romans goguenards.
La ruptura de las formas se inicia como un desafío a la sociedad burguesa. Una sociedad de triunfadores, sí, pero ¿a costa de qué, de quiénes? Es lo que los artistas van a descubrir mientras los sociólogos y los políticos anotan en cifras las ventajas del régimen. Los artistas están entre la nada y el infierno. Y lo excesivo es el signo del tiempo artístico mientras la conciliación reina en el tiempo político-social. En la sociedad de 1830, en crisis, flotan los restos de todos los naufragios, antiguo régimen, revolución, imperio, restauraciones diversas, cuyo signo es la inestabilidad. Lo nuevo es la revolución de los intelectuales.
Las nuevas generaciones irrumpen, anhelantes de absoluto, 
Petrus Borel se declara romántico, republicano y saintsimoniano. (Introducción a Rhapsodies). Sobre su romanticismo especifica que nada tiene de común con el quejumbroso espíritu a lo Chateaubriand, estereotipado en moda por los petimetres del período postnapoleónico. Su republicanismo, más que una definición política tiene la dimensión y superación que la época da a todos los términos, un sentido individual, un anhelo de libertad, de romper las normas que la sociedad impone al individuo. En esto, como en el ataque a la sociedad, hay una aparente vuelta a Rousseau, pues todos los retornos son aparentes en la Historia. Los artistas de la década de 1830 superarán la formulación general de Rousseau, contra la sociedad como corruptora del hombre, acusando a una sociedad concreta, la sociedad burguesa. Esto explica también que el sentido de justicia, que aportan los saintsimonianos, primará en el espíritu de la época, que se vuelca a las calles, a las ciudades, para observar el fenómeno no nuevo pero sí intensificado de la miseria y el vicio. Y puesto que la sociedad burguesa se identifica con el bien, los artistas serán el mal. Si la clase triunfante necesita del realismo rosa, ellos desarrollarán al máximo el arte de lo fantástico, de lo imaginario, de lo irreal, de lo anormal, donde pasado y presente se mezclan en aleaciones nuevas, de trascendencia insospechada. En medio de todo este arte en movimiento, Petrus Borel asume su naturaleza demoníaca en el licántropo, un Prometeo encadenado a la época. Salvaje, rebelde, aquejado de languidez y spleen, anhelante de justicia y libertad.
Los Cuentos Inmorales son polémicos, agresivos, con un estilo a veces poético, a veces panfletario, afichesco y lúcido que saltando siglo y medio, entronca con la literatura actual. Los diálogos, cortantes y sin acotaciones del autor, sustituyen a las largas descripciones que caracterizan el estilo de ese período, creando un clima, una atmósfera y tienen una autenticidad desusada en la literatura romántica, cuya afectación es uno de sus mayores males.
“Seamos menos elegíacos” o “tu, mi salvaje”, palabras que se intercambian los amantes del cuento “Champavert”, resumen la tónica de Borel, desprovista de sentimentalismo, deliberadamente opuesta a lo patético y melodramático. Su truculencia lúcida es un revulsivo de la conciencia dormida.
En el cuento “Three Fingered Jack”, especie de tratado de la licantropía, también hay un aparente retorno a la naturaleza de tipo roussoniano, pero Borel, como los románticos alemanes, busca lo telúrico, las fuerzas mágicas y sobrenaturales que subyacen en el artista creador, con su sedimento de herencia y mito. Es el mundo primitivo que Borel busca en los pueblos coloniales sometidos, como los negros de las Antillas, o en los pueblos perseguidos, como los judíos de Lyon, o en la vida de la civilizada París.
Imágenes tales como el padre enfurecido agarrando el cuchillo por la hoja y golpeando con el mango, o la de la pobre hambrienta royendo las tapas de un libro, son verdaderos gags maestros por el absurdo. Los temas de la mujer seducida y del infanticidio, típicos del romanticismo, especialmente del alemán del Sturm und Drang, aparecen en “El acusador público” y “Champavert”. La confusión de sentimientos y la ambigüedad de las acciones, sobre todo de la muchedumbre, prevalecen en “Vesalius, el anatomista” y “Dina, la bella judía”, donde la actitud del “pueblo-cordero”, manejado con fines turbios en el primer caso, o la justificación de un crimen horrible con argumentos de justicia en el segundo, evidencian el trastrue que de valores de una época de conmoción social.
En la historia de la literatura, Petrus Borel queda como un escritor “extraño”. Palabra que en la actualidad es casi el pasaporte indispensable que muchos falsifican y que él puede ostentar con derechos auténticos.
Petrus Borel d'Hauterive nació en Lyon, el 30 de junio de 1809, y murió en Mostaganem, Argelia, el 14 de julio de1859.