Detrás de la palabra hombre A.R.V.

¡Oh muerte en vida! Nadie nos salva de esta orfandad.
Vamos y venimos. Subimos y caemos.
Palabra somos y en palabra nos convertiremos.

domingo, 28 de octubre de 2012

Jorge teillier y poesía lárica...

El poeta Jorge Teillier nació en Lautaro, Chile, en 1935 y murió en 1996.
La poesía de Teillier descansa en principio en la tradición de la representación lárica (poesía del lar, del origen, de la frontera), aunque su obra trasciende el rótulo del arraigo lárico cuyos antecedentes se encuentran en Chile en Efraín Barquero (V.) y Rolando Cárdenas. Sus poemas arrancan del recuerdo ingenuo y la nostalgia con una cierta esperanza de asir el paraíso perdido, el cual paulatinamente se desintegra y se convierte en pura imagen soñada.
 Su infancia transcurrió en el sur de Chile, en la Araucanía. Desde su infancia, coincidente cronológicamente con la segunda guerra mundial, la vida cotidiana del autor estuvo ya marcada por el contacto directo con la naturaleza y una forma de entender la tradición capaz de articular en un mismo enfoque rasgos culturales, sociales e históricos chilenos, franceses y mapuche. A la descendencia francesa del autor, se acopló la tradición araucana, y prontamente, a través de la literatura, un sentido aún más universal.

El poeta se inició a los 12 años en la escritura, bebiendo las aguas de los libros de aventuras, Panait Istrati, Knut Hamsun, Julio Veme y los cuentos de hadas. Posteriormente se alimenta de los poetas del modernismo hispanoamericano (V.), de Vicente Huidobro y de la tradición universal de Jorge Manrique, Rainer María Rilke y Francois Villon. Se le vincula también con Höderlin y Trakl. Para él, lo importante en la poesía no es lo estético, sino la creación del mito y de un espacio o tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano. El poeta no debe significar sino ser. Postula un tiempo de arraigo frente a la generación de los años 50, que postulaba el éxodo hacia las ciudades.
En su poesía existe el Sur mítico y lluvioso de Pablo Neruda , pero desrealizado por una creación verbal en donde los lugares de provincia se tiñen de referencias melancólicas y simbólicas que se hacen universales. El poeta aparece como el sobreviviente de un paraíso perdido, como testigo visionario de una época dorada de la humanidad que conserva a través de los tiempos el mito y la imagen esencial de las cosas: casa, tierra, árbol. Pero el recuerdo ingenuo e incorruptible que se recupera por medio de la memoria, se trasciende sólo momentáneamente y culmina con su paulatina desintegración. Como en Enrique Lihn (V.) y en Barquero, hay en su obra una voluntad rendida, en que el presente carece de toda intensidad y la visión de lo cotidiano es desoladora: persiste sólo lo estéril y lo deshabitado. Frente a ello se buscan las huellas perdidas, para acceder al lugar maravilloso de donde venimos. A través del recuerdo, la realidad cotidiana se hace visible y se recupera. Pero ella solamente sobrevive en los lugares del hallazgo, constituido por los residuos del pasado y los espacios secretos y ocultos: el espacio encubre al tiempo.
De este modo, en Teillier hay dos momentos estéticos recurrentes que el poema recupera: el momento ingenuo de la infancia y el del recuerdo. La poesía de Teillier se encarna en la polaridad entre la felicidad del tiempo del origen recordado y el dolor de su desintegración. El sujeto de la poesía de Teillier es un desterrado que vive en la ciudad moderna y que fantasmalmente vuelve una y otra vez al espacio de la infancia, de la frontera, del límite, para reencontrarse con algo que ya no existe.
Frente a la tradición totalizadora de las vanguardias y los planteamientos rupturistas de la antipoesía (V. Poemas y antipoemas), Jorge Teillier convirtió de nuevo la poesía en experiencia vital ligada a una memoria poética que busca sus símbolos ancestrales y puros. Esa búsqueda primordial lo convirtió en uno de los poetas chilenos más originales de la actualidad.

En Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina.Caracas, Bibliteca Ayacucho, 1995

Dice Teillier: "No recuerdo haber intentado escribir poema alguno hasta los doce años de edad. La poesía me parecía algo perteneciente a otro mundo y prefería leer en prosa. Leía como si me hubiesen dado cuerda".2 Pero aunque desde los 12 años escribía prosa y poesía, fue a los 16, en la ciudad de Victoria donde escribió, su "primer poema verdadero", o sea, explica Teillier, "el primero que vi, con incomparable sorpresa, como escrito por otro".2 Gran parte de los poemas que componen su primer libro, Para ángeles y gorriones (1956), nacieron "sobre el pupitre del liceo".
De su época liceana —especialmente fecunda para el novel autor, que colaboró activamente en diversas publicaciones locales, con poemas o pequeñas crónicas que en buena medida anticipaban el particular universo poético que más tarde consolidaría en sus libros—, recordará en 1968: "Mi mundo poético era el mismo donde también ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo".2
En 1953, con 18 años de edad, Teillier emprendió viaje a Santiago para cursar estudios superiores: ingresa en el Instituto Pedagógico a estudiar Historia, haciendo latente su constante vocación por rescatar la tradición, y de ello alimentar su creación poética.
En dicho contexto conocerá a muchos autores de su generación, la del 50, como a los poetas Braulio Arenas, Rolando Cárdenas, Enrique Lihn o el novelista Enrique Lafourcade, entre otros. No tardó en hacerse de un nombre en la escena santiaguina, lo que en buena parte posibilitó la publicación de su primer poemario, que fue bien acogido por la critica especializada de la época y recibió elogiosos comentarios por parte deAlone, quien destacó la simpleza de su poesía, no carente de profundidad.
Por aquellos años el pulso poético teilleriano ya se hallaba relativamente consolidado, lo que puede constatarse al analizar publicaciones posteriores, en que suele reiterarse la visión de mundo expuesta en su obra debut. Considerando eso, puede decirse que se trata de uno de los pocos casos en la historia literaria nacional en que un autor es capaz de presentarse "consolidado" en su propuesta poética ya en su primer libro.
Recuerda Teillier que por ese entonces "el héroe poético de mi generación era Pablo Neruda, que perseguido por el Traidor se dejaba crecer barba y atravesaba a caballo la Cordillera".2
Neruda, continúa Teillier, "llamaba a cantar con palabras sencillas al hombre sencillo y en nombre del realismo socialista convocaba a los poetas a construir el socialismo. Hijo de comunista, descendiente de agricultores medianos o pobres y de artesanos, yo sentimentalmente sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social. Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirme. Fácilmente podía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano (no quiero decir ciudadano elector, por supuesto) tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o cemento. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Yo escribía lo que me dictaba mi verdadero yo, el que trato de alcanzar en esta lucha entre mí mismo y mi poesía, reflejada también en mi vida. Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre".
Terminada la universidad, ejerció la docencia en el Liceo de Lautaro. En 1963 fundó y dirigió (hasta 1965), junto con Jorge Vélez, la revista de poesía Orfeo. También dirigiría el Boletín de la Universidad de Chile.
Tellier estuvo casado por un tiempo con Sybila Arredondo, chilena que luego se casaría con el escritor peruano José María Arguedas. Del breve matrimonio Teillier-Arredondo nacieron dos hijos: Carolina y Sebastián.
Después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, Teillier siguió fiel a su credo, aunque no se puede negar, como bien dice Marcelo Quiñones, que aparecen "símbolos o signos de indicios" que nos remiten "al drama que por diecisiete años vivió Chile. Es verdad que con el correr de los años, el poeta fue acentuando o hizo más ostensible el tono autobiográfico de su poesía, esas pequeñas confesiones como 'la noche es mi mejor amiga' o 'es mejor morir de vino que de tedio'. Pero es igualmente efectivo que la compulsiva situación que vivió Chile bajo la dictadura fue determinante para que esta poesía tan genuina —en la que más de una vez asoman las 'sombras de los amigos muertos'—, diga en tono desacostumbrado que 'el único país donde me siento extranjero es mi país' o que 'vivo en un tiempo en que mandan los padrastros'".4
A lo largo de su trayectoria literaria recibió numerosos galardones, incluido el Premio Anguita 1993, concedido por la Editorial Universitaria al poeta vivo más importante de Chile que no hubiese conseguido el Premio Nacional.
Teillier se dedicó también a la traducción —por ejemplo, La confesión de un granuja de Sergéi Yesenin; escribió cuentos y colaboró en diversos diarios y revistas.
La poesía de Teillier ha sido traducida parcialmente a varios idiomas y cuenta con dos colecciones bilingües: In order to talk with the Dead y From the country of Never-more.
Sobre sus obras, el mismo Teillier ha escrito: "Creo que todos mis libros forman un solo libro, publicado en forma fragmentaria, a excepción deCrónica del forastero. Me parece que difícilmente uno tiene más de un poema que escribir en su vida. Hay varias tendencias en mis libros que van de Para ángeles y gorriones (1956) hasta Poemas del País de Nunca Jamás (1963); una descriptiva del paisaje visto como un signo que esconde otra realidad (como en los poemas El aromo o Molino de madera), otra como la historia de un personaje contada con un marco de referencia que es siempre la aldea (así en Historia de hijos pródigos), otra como el afrontar el problema del paso del tiempo, de la muerte que subyace en nosotros revelada como el fuego revela la tinta invisible por medio de la palabra (los poemas Domingo a domingo u Otoño secreto). En este sentido quiero hacer destacar que para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que me llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer".
Los últimos años de su vida los pasó en Cabildo, en el sector denominado El Molino de Ingenio. Murió a la edad de 60 años en el Hospital Gustavo Fricke de Viña del Mar. Sus restos mortales descansan en el cementerio de La Ligua.


Poesía Lárica


Poesía Lárica
La designación de una poesía lárica obedece a una corriente nacida en la segunda parte del Siglo XX en la geográfica zona sur de Chile. Tal denominación no tiene como objetivo normalizar un momento de la lírica chilena, sino designar una tendencia en la creación poética en la cual los poetas que la componen tienen ciertos factores estéticos y éticos que los aúna, todo lo anterior sin tener un acuerdo previo. Pero, para entender el verdadero valor de esta poesía, vale la pena resolver ciertas cosas, como qué significa la existencia de una poesía lárica, de dónde procede y cómo se identifican los poetas láricos.

Jorge Teiller
En primer término, debemos decir que la dimensión alcanzada por la poesía lárica es tan amplia que poetas con distintos estilos y visiones estéticas bien podrían ser reconocidos en esta vertiente. Entre quienes pueden ser llamados poetas láricos, según Jorge Teillier, fundador de esta denominación, existe un “rechazo a veces inconsciente a las ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo”. La poesía de los lares es, ante todo, una respuesta al desarraigo. El estar en el mundo de los poetas láricos no apunta a lo que a mediados del siglo pasado buscaban los poetas en desarrollo de la poesía chilena, quienes veían en el “desarraigo”, el viaje a Europa, un reniego, sin tener una base sólida de su propia cultura y tradición, desconociendo sus bases históricas y, por el contrario, prefiriendo las foráneas mientras existía ignorancia de las bases culturales de la sociedad por conocer. Estos, que buscaban el éxodo, tenían principalmente motivos de orden político o comercial, siendo parte de la pequeña burguesía chilena. Es en contra de esta postura que florece la poesía lárica, nace como una respuesta, como un reafirmar la tradición y la historia de la literatura chilena. Existe en los poetas de los lares, una búsqueda del medioambiente, una fusión con la naturaleza y un retorno a lo originario del hombre en contacto con el mundo, no como una experiencia meramente literaria, sino como una experiencia vital.
Mitológicamente hablando, los lares son los dioses romanos encargados de velar en las encrucijadas y los recintos domésticos. Los romanos creían en la vida de ultratumba y pensaban que los lares o los amos pasaban a ser espíritus tutelares o protectores de la casa y de la familia. El término “lárico” es abanderado por el poeta Jorge Teillier, quien basa la denominación en una carta enviada por Rilke a Witold Hulewicz en 1925 después de finalizar su obra “Elegías de Duino”, donde insta a  valorar las cosas relativas a la propia tradición cultural que contienen en sí elementos familiares y que, a su vez, coexisten con las cosas pertenecientes a otras culturas que carecen de historia en este nuevo ambiente, principalmente los objetos hechos en serie por la masa exportadora mercantil. Al respecto, Rilke señala que “las cosas vividas y animadas, las cosas que comparten nuestro saber, decaen y no pueden ya ser sustituidas. Nosotros somos quizá los últimos que han conocido todavía semejantes cosas. En nosotros está la responsabilidad, no sólo de conservar su recuerdo (esto sería poco e inseguro), sino su valor humano y lárico (“Lárico” en sentido de las divinidades del hogar, los “lares”).”
La poesía de los lares, no es una poesía exclusiva de un lugar geográfico, más bien, es una situación de contraste entre las grandes urbes con la ruralidad que lentamente desaparece. Es en esta ruralidad, donde las tradiciones de los pueblos se preservan o se borran junto a ellas, y es a estas tradiciones a las que el poeta lárico es sensible; sin embargo, la mirada lárica también puede potenciar de cierta forma la urbanidad con su progreso insaciable, pues esta representa una temporalidad que también se agota y se sustituye. Se enmarca al poeta lárico como hermano de los seres y las cosas, como un transeúnte de la cotidianeidad y, por tanto, el lenguaje poético de éste lleva impreso la vida cotidiana, rechazando un lenguaje brillante y efectista. Más bien, promueve el léxico basado en las cosas comunes, pero bajo un contexto poético novedoso que surge para el poema. Hay cierta búsqueda de una edad de oro, una edad perdida en el inconsciente colectivo que no sólo envuelve la perdida infancia sino, inclusive, el viejo paraíso terrenal;
El poeta lárico, en síntesis, busca mostrar la profunda realidad existente tras la vida cotidiana de su prójimo, la nostalgia por lo rural, por la infancia y la edad perdida; es un habitante del mundo, haciendo poesía para “amigos desconocidos”.








Tres poetas láricos
A un niño en un árbol
Jorge Teillier (1935-1996)
Eres el único habitante
de una isla que sólo tú conoces,
rodeada del oleaje del viento
y del silencio rozado apenas
por las alas de una lechuza.
Ves un arado roto
y una trilladora cuyo esqueleto
permite un último relumbre del sol.
Ves al verano convertido en un espantapájaros
cuyas pesadillas angustian los sembrados.
Ves la acequia en cuyo fondo tu amigo desaparecido
toma el barco de papel que echaste a navegar.
Ves al pueblo y los campos extendidos
como las páginas del silabario
donde un día sabrás que leíste la historia de la felicidad.
El almacenero sale a cerrar los postigos.
Las hijas del granjero encierran las gallinas.
Ojos de extraños peces
miran amenazantes desde el cielo.
Hay que volver a tierra.
Tu perro viene a saltos a encontrarte.
Tu isla se hunde en el mar de la noche.

Alberto Rubio

Es el camino
Alberto Rubio (1928 – 2002)
Es el camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.
Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.
Es el mismo camino. Allí está el horizonte
viviendo de crepúsculo, siguiendo al mismo niño.
Allí la zarzamora cubriéndose de polvo,
mientras miran los álamos testigos en el cerco.
Es el mismo crepúsculo adonde marcha el niño.
Y más allá, la historia que comienza ahora...


Rolando Cárdenas

Regreso
Rolando Cárdenas (1933-1990)
Un día regresaremos a la ciudad perdida
como las estaciones todos los años,
como una sombra más en las tardes,
preguntando por antepasados
o por el río en cuyas aguas se quebraba el cielo.
Será en invierno
para revivir mejor los grandes fríos,
para ver de nuevo
el humo negro de los barcos cortando el aire,
para escuchar en las noches
los pequeños ruidos de la nieve.
Nos sentaremos a la mesa como si tal cosa
a probar el pan de otros días.
Un pájaro que cruce por la ventana
nos hará pensar en el bosque de pinos
donde el viento se revolvía furioso.
También preguntaremos por antiguos amigos
pensando quizás en el rostro de alguna muchacha.
Aún existirá el boliche
donde se reunían viejos campesinos.
Nos invitarán a beber y a conversar
asuntos que nadie olvida.
El tiempo no es más que regreso a otro tiempo.
"Todos nos reuniremos alguna vez bajo tierra".
Alguien nos reconocerá a la vuelta de la esquina.
Será como venir a saludar desde otra época.























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